Árbol que cubre a otro, adopta su forma y lo sustituye.
Autor: Dr. Manrique Sansores Sastre
Al final de la vereda, disminución del único sendero que corría paralelo a la orilla y que unía a todas las comunidades que se fueron asentando en la margen del torrente, vivió una familia numerosa en hijos, pero que representaban un crisol de los valores familiares del México rural de antaño.
Prácticamente bajo el mismo galpón cohabitaban padres, hijos y se le daba albergue a la maestra que se hacía cargo de la primera escuela rural del estado.
En esa maravillosa época en el mes de junio, cuando el cielo es más transparente, se podía apreciar el lomo de la sierra y casi sentirla por la paradoja visual de tenerla al alcance de la mano. El hijo más chico de la familia ya logradito participaba en las labores del hogar y tenía la función de avisar cuando los hermanos mayores caían en rencillas por diferencias en las mediciones del juego llamado TIMBOMBA. Con los pleitos el menor salía corriendo como flecha para avisarle a la mamá que sus hermanos se liaban a puñetazos.
Amaá lío- Amá lío, gritaba y con el mango del canalete y su puro colgando de la comisura la madre en un santiamén concluía con la reyerta.
Luego acariciándole la cabeza al crio logro ponerle nombre: Te llamaras Amalio por avisarme siempre del mal proceder de tus hermanos y de ahí entonces que muchos años después ya formalito Amalio aportando directamente al sustento familiar, salía de cacería, tiraba la tarraya o con la fisga se daba el lujo de escoger peje lagarto descomunales por la poca presión de la caza. Muy ufano siempre antes del atardecer llegaba con su carga – lo recibía el tío Juan- Se preparaban las piezas y se realiza el primer sancocho.
La primera en comer era la maestra- Pero ya desde antes Amalio se la comía con los ojos- y al concluir la vianda familiar Amalio con una actitud febril recogía los platos, limpiaba la mesa y se ponía a regar el piso de tierra para evitar el polvo y poder dormir todos en paz.
En el galpón al fondo sin puerta de saluda y lejos de todos los hermanos dormía la maestra y modosito calladito fácil y sencillo por ser el más pequeño a su lado Amalio. A la entrada de la puerta principal los padres colgaban sus hamacas vigilando la estricta moral de la familia; porque eso sí, la maestra estaba al cuidado de Papafó. Un día de mañana en el mes de septiembre con lluvia torrencial sin poder salir nadie a trabajar porque de que llueve, llueve, toda la familia se sienta a desayunar y con mirada de águila pescadora la madre le dice a la maestra: Que tienes hija, parece que un copó te creciera dentro, sus raíces son venas, nervios sus ramas y en el amanecer de un nuevo día cuando la lluvia amaina allá adentro en el galpón el copó habla.